
Por Pablo E. Chacón
El sociólogo y ensayista Jean Baudrillard parece haberse refutado a sí mismo, a su teoría sobre la realidad como simulacro: falleció en Paris a los 77 años, víctima de un cáncer, cuyas manifestaciones virales dieron pábulo a sus ideas sobre la realidad como un simulacro de otro simulacro. Pero resultó que el simulacro tenía un tope: la muerte.
El hombre había nacido en 1929. Tenía 77 años. Entre 1967 y 1980 dirigió la revista Utopia. En el medio, cambios, idas y vueltas. En 1968 era profesor de sociología en Nanterre, uno de los epicentros que iba a explotar en los episodios de Mayo. Daniel Cohn-Bendit era uno de sus alumnos.
Su obra arrancó como una crítica de la sociedad de consumo. Fue desplegada en El sistema de los objetos, Por una crítica de la economía política del signo, El espejo de la producción y El efecto Beaubourg, que resultaron ensayos estimulantes, en la traza de los epígonos de la Escuela de Frankfurt (Jürgen Habermas, Herbert Marcuse).
Pero lejos del marxismo, comenzó a publicar ensayos supuestamente conjeturales y retorcidos (los más divertidos, dedicados a Estados Unidos, América y Cool Memories).
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Entonces ya elaboraba una teoría del “simulacro”, a partir de una sentencia que se hizo célebre: “El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simulacro es lo verdadero”.
A partir de ese elogio del relativismo, Baudrillard no llegó a construir una teoría crítica, a la manera de Jacques Derrida, su contemporáneo. Se adentró por un camino sembrado de paradojas, que hicieron las delicias de un público siempre masivo.
El problema se agravó cuando empezó a profetizar. ¿La realidad? Es una impostura “inventada” por los medios. ¿Los medios? Son máquinas ciegas, sonámbulas.
Es legendaria su primera profecía: no habría Guerra del Golfo. Cuando la guerra estalló, el hombre publicó un ensayo (de menos de ochenta páginas) asegurando que, en verdad, la guerra “no ha tenido lugar”: era todo realidad virtual.
En ocasión del 11-S, publicó en Libération un artículo culpando a los Estados Unidos de su suerte: “La insoportable superpotencia norteamericana ha fomentado toda esta violencia infusa, esta imaginación terrorista que, sin saberlo, nos habita a todos”.
En mayo de 2005, Baudrillard –que llegó a la Argentina en repetidas oportunidades, muchas veces invitado por el entonces “capo” del Museo de Bellas Artes, Jorge Glusberg–, publicó uno de sus últimos artículos: pidiendo el no de Francia al proyecto de Constitución europea.
El autor de La izquierda divina aseguraba que el “no” era “una respuesta y un desafío a un principio hegemónico que viene de arriba”. En este caso, Baudrillard acertó, no se sabe si políticamente pero sin dudas electoralmente: los franceses votaron no (aunque hay que discutir si en esta época, política y votos no ocupan el lugar que dejó vacante la ideología).
¿Está tan fuera de lugar comparar al francés con el futbolista Martín Palermo? A la hora de las profecías, Baudrillard tenía la misma efectividad que el delantero de Boca frente a los tres palos, con arquero o sin arquero.

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